20150312

Soneto CXXXII

Si no es amor, ¿qué es esto que yo siento?
Mas si es amor, por Dios, ¿qué cosa es y cuál?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
Si mala, ¿por qué es dulce su tormento?

Si ardo por gusto, ¿por qué me lamento?
Si a mi pesar, ¿qué vale un llanto tal?
¡Oh! viva muerte, oh delectuoso mal,
¿por qué puedes en mí, si no consiento?

Y si consiento, error grave es quejarme.
Entre contrarios vientos va mi nave
- que en altamar me encuentro sin gobierno -

tan leve de saber, de error tan grave,
que no sé lo que quiero aconsejarme y,
si tiemblo en verano, ardo en invierno.


Cancionero, 1470
Francesco Petrarca

20150302

La visita

Espéranos bajo el ciruelo, zagal de los difuntos.
Ábrenos ese estanque, el corral silencioso que la resaca de estrellas y el dorado crepúsculo solar lavan día tras día.
Las hierbas altas acallan a medias las lápidas marchitas;
mensajes antiguos que debemos leer muy lentamente;
palabras, tal vez: no para ser pronunciadas,
sino palpadas apenas con la tibieza del sol.
Así pasan el lagarto moroso, la araña, el saltamontes,
y hasta el viento del páramo marino sobre ellas se encalma
como un gran espejo tendido sobre la soledad.

Ábrenos ese jardín que sólo se visita
cuando alguien viene a vivir de verdad,
la colina que nace y muere al pie de esta capilla, ola petrificada junto a la roca enemiga, ahora ambas perdonadas,
ni odiándose ni amándose: ¡pasadas!
Los huesos ya llegaron al hueso, la sangre llegó al puro fluir,
y el tiempo al tiempo vuelve. Colina de muertos que una invisible corriente gasta, acrecienta y purifica.
Fin de estío. ¡Qué sentido tiene decirlo en el Cementerio de Totoral!
Jardín donde los años maduran mejor que los mismos veranos en cualquier huerto terrestre.
Fin de estío en este rincón rural adonde han vuelto quienes siempre debieron vivir juntos.
Allí mismo estaba la eternidad, aquí tan cerca de ellos, tras la tapia y el cerco rústico de Cristián, zagal del pueblo;
allí, tras de la casa, debían ir los amigos a contarse las nuevas familiares
estaba reservado el lugar para cada uno -los forasteros frente a la casa, los forasteros en el atrio,
parloteando, chanceando, despidiéndose estridentes-; pero atrás, atrás, en el huertecillo oloroso que los dueños de casa siempre desearon marchito porque lo marchito es signo de vieja amistad leal,
atrás, detrás de la casa, tras la verja, la conversación íntima de los amigos eternos.

Fin de estío en este cementerio costero, tierra adentro.
Primera tarde de otoño, sol dorado tan lejano de luz,
tan próximo por su delicadeza,
desliza sobre esta ladera cercada como un huerto,
tumbas detenidas (los remos dejados a los vivos, los jóvenes y los forasteros):
entre los filos de la alfalfa, mármol desvanecido, eternidad lugareña,
lee tú en el aliento del sol otoñal:

MUERTA EL 11 DE MAYO DE 1857.
PRONTO SE REUNIRÁ A ELLA SU INCONSOLABLE ESPOSO.

Oh, juventud impaciente: en esta lápida grabasteis la promesa de reunirte PRONTO.
Pronto:
Y el PRONTO tardó tanto en llegar: demoró, dolió, se ocultó, casi se olvidó, germinó, reapareció.
Maduró interminables años.

Pero a su lado, por fin, como si siempre hubiesen estado juntos, vetas tranquilas del mármol que nadie imagina fueron tempestad,
a su lado, ¡por fin!:

AQUÍ VINO A REUNIRSE A SU QUERIDA ESPOSA
EL 6 DE ENERO DE 1902.

1857 - 1902. ¡Cuánto tiempo -45 años- separándolos! ¡Y cuánto tiempo-48 años- desde que aquel otro tiempo desdichado cesó: cuánto tiempo entre su reencuentro feliz y ahora nosotros!
¡Y cuanto -93 años- entre la muerte de ella, cuando ESO comenzó a transcurrir, y nosotros ahora!
¡Cuánto tiempo amargo sucediendo y por fin cesado para hacerse feliz:
más el tiempo dichoso transcurrido y poco a poco olvidado hasta hacerse irreal!
Y, nuevamente sumando desde fuera del seto como si todo esto hubiera sido siempre un pasado, hecho para nosotros, decir:
"Está bien. Todo eso es real".
Y cuanto tiempo más para quien lea estas páginas tanto tiempo después!  ¿Quién, quién ha esperado?
Y el mismo sol besando la colina, las tumbas detenidas. Y...
Fin de estío.
Estamos en 1950 en un huerto marchito de Totoral, la colina donde resbalan los muertos y las enredaderas,
La colina de los amigos. ¡1950! Tanto tiempo perdido estaba aquí, tierra adentro, adonde hemos llegado sin pensar, agolpados como una ráfaga de niños a una charla grave.

Tanta vena febril, tanta impetuosa lágrima, ¡más que existieron! ¡existen! SON: huellas en el mármol, inmóviles, como se ve el mar desde la altura: un epitafio.
Todo ello rescatado para nosotros, que nada hemos sufrido, a quienes se nos da la lejanía del viento.

¡Aquel lejano, largo PRONTO, para nosotros, importunos, es PRONTO otra vez!

Ambas vidas, ambas muertes, las dos aquí próximas, sin mediar ni una hierba.
Esposa y esposo cara a cara,
El tiempo hendido, la llaga que debía cerrarse
(Las aguas que una mano fugaz -45 años- separó un breve instante).
La palabra está ahora reunida,
Y el tiempo plácido, lúcido, admirable.
Esposa y esposo, dos extremos vacíos
Para dar vida a la separación.

  
¡Juntos aquí dos labios de tiempo formando un solo beso Viejo y nupcial!



Eduardo Anguita

20150224

El amor mágico

¿Recuerdas a la Gorgona? Ha dicho:
"Babilonia. Sí, irás". Eso es todo. Y ha venido
un largo crepúsculo. Y la Gorgona cantaba para ti y para mí.
Tal vez. Pero yo sé que nunca tuve un canto
Mejor que cuando soñabas.
Nunca tuve más ojos
que cuando dormías.
Ni nunca vi más cerca el mar
que entonces.
Y ella decía: "Irás". Y yo veía
la escala de Jacob.

No Beatriz resplandeciente, Beatriz llagada.
En un cielo sin círculos, en una puerta sin llave.
Yo te veía y entre coros puros te seguía.
Ninguna red más dura que estas manos
para cortar tus rosas. Ninguna muerte más suave
para buscar tu boca.
Pero yo era el viajero solo. Yo era
la humedad de tu invierno.
Yo guardaba tu joven sol en un cuarto
solo de hotel, en la ciudad.
Yo tenía la música del mundo sobre la arena, allí.
Y cantaba: Pero tú no te reconocías
en lo que yo cantaba.
Y yo salía a las plazas, a los mercados, a los paseos
contigo. Tú con la noche. ¿Por qué con la noche?
Eso parecía, aunque tú eras el mundo en mí.
Oh que nos vean pasar. Que nos vean amarnos
allí, entre los árboles y las visiones.
Que yo diga que te pareces a lo que eres.
Que yo diga que no haces ruido, pero que brillas.
Que yo diga que es oscura la corona que te ciñe,
aunque se encienda.
Que yo diga que tu boca es una flor pegada al hueso,
y que lo sea.
Que yo diga que alguien te ama por mí,
y que no sea cierto.
Que yo diga que las miradas se te adelantan,
y que lo parezca.
Que yo diga que eres la estrella de mi frente,
y que alumbres.
Que yo diga que sujetas los pájaros en el aire,
y que pierdan las alas.
Que yo diga que vas vestida del color del corazón,
Y que así sea.

Tu ser en mí, mi amor en ti.
El sol grabado en la cabellera de la begonia
de mi cuarto, en la ciudad.
Sola en tu estatua taciturna.
Sola por las ciudades de mi frente.
Sola debajo del árbol del ahorcado.
Amor en amor. La lámpara en ti, el rayo en mí.
Las palabras en un puente entre tu boca y la mía.
Todas las horas, una colina.
El tiempo total, una torre.
Nosotros, las campanas.

Y me voy
Un sol de otra parte
me tiende la mano.
y si digo que parto, es que tu frente me retiene.
Y si digo que lloro, es que la noche es ardiente.
Y si pienso que voy a ser el viajero solo,
es que la tierra se ha abierto.
Y si canto detrás de los meteoros,
es que el cielo está cerca.
Y si te digo adiós, es que ando
al compás de la muerte.


El Joven Olvido, 1949

Rosamel del Valle